De lo viejo y de lo inédito

De repente...un rincón para escribir y publicar, lo nuevo y lo viejo

martes, 16 de febrero de 2010

Aquellos maravillosos año

Mientras estaba redactando la columna para Diario de Teruel, me ha llamado Begoña, una de mis amigas, y al comentarle el tema del escrito de esta semana, hemos empezado a recordar cómo era el patio de nuestro colegio y lo bien que nos lo pasábamos. Pero, ¡era un auténtico campo de minas! O ahora protegen muchos a los niños, o antes eran unos suicidas. Nos hemos reído de cómo las canastas estaban ancladas al suelo gracias a dos bloques de hormigón. ¡Pa' habernos matado'. Y las porterías, oxidadas y sin estar fijas en el suelo. Otro riesgo, para los pequeños inconscientes que, si además eras algo torpe, tenías todos los boletos para sufrir algún percance.
¿Y los columpios? A nosotras particularmente no nos sacaban de allí. Estaban colocados sobre una pequeña explanada de piedras y tierra (muy alejada del concepto de parque infantil de hoy) que, cuando llovía, era una suerte de embalse. Pero nos encantaba pasar las horas subidas en el 'laberinto', que no era más que un montón de barras de hierro de colores, y que además estaba muy deteriorado.También lo pasábamos 'Pokemón' colgadas en la media luna, boca abajo, cual jamón en un secadero, a riesgo de golpearnos la cabeza contra el empedrado...Pero nunca vimos ese riesgo. Y nunca nos pasó nada...Creo.
Aquellos si que eran maravillosos años.
Ahora hasta los balones, por lo visto, tienen una dureza X para que los niños no se hagan daño... Pues nosotras jugábamos al béisbol (bueno, es un decir) con una pelota fabricada con el papel de Albal de los bocadillos de todas y de toda la semana. Era una piedra, era más dura esa pelota que los pies de Cristo. Ah! Nos poníamos nuestros guantes de lana para evitar que nos hiciese tanto daño...porque lo que es un bate, no teníamos.
Animalicos...

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo con lo expuesto por Bardají, pero es nuestra culpa que lo bueno que podía tener la vida hace 25 años se haya extinguido.
    Las mismas personas que añoran los bocadillos que se comían de pequeños, ahora les compran a sus niños meriendas absurdas envasadas y Cocacolas para beber. Y se quejan de que ahora los niños son tontos, pero no les dejan bajar a la calle a jugar por miedo a que se junten con moros y niños raros, y para que acepten el chantaje les compran videoconsolas y televisores donde seguir las series que refuerzan un nuevo estilo de vida que a nadie gusta, aparentemente, pero que todo el mundo sigue. Y cuando es demasiado tarde y nuestra hija es drogadicta, ignorante hasta lo estúpido y se ha quedado preñada por imitar a la zorra de la protagonista de la serie adolescente de turno, nos lamentamos. Y no nos echamos la culpa a nosotros, que somos los culpables, sino a la sociedad, a los tiempos, y a la modernidad. Esa postura, producto de nuestra pereza y nuestra incompetencia, nos lleva a rechazar lo nuevo, porque pensamos que no es consecuencia de nuestros actos sino que nos viene impuesto, y terminamos siendo unos conservadores decrépitos y adocenados.
    Propongo que la próxima vez que añoremos algo de nuestra infancia nos preguntemos qué hacemos realmente porque la infancia de nuestros hijos, hermanos pequeños, sobrinos o amigos sea parecida, en lo bueno, a la que tuvimos. No convirtamos a nuestros descendientes en gilipollas integrales sólo por evitar que hagan botellón como nosotros, todos nosotros, hicimos en su día. Que tampoco nos fue tan mal. Y no. No me sirve eso de que "nosotros de jóvenes no manchábamos la calle cuando bebíamos". Porque sí que lo hacíamos. Tanto o más que los chavales de ahora.

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  2. Aún estoy con la boca abierta...Además, quiero añadir, que en mi intento de no contribuir al borreguismo de las nuevas generaciones, yo a mi sobrino le dejo que se caiga...ya se levantará...Y que se suba solo a los columpios, él sabe cuáles son sus limitaciones... Anda que no me pasó a mi veces y la de cicatrices de guerra que tengo de mis aventuras en las vías del barrio o en los descampados de no sé dónde o por saltar una tapia para colarme en una casa abandonada...

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